Cuento: La máquina de Sabina

Autora: M. Araceli Ramos Ramos

Ilustración: Paula Plaza Moreno

Había nacido para convertirse en el futuro señor de los bosques, Auyak sería el digno sucesor de su padre, así lo había decidido el Consejo, siguiendo la tradición de su manada, y ningún otro lobo osaría, si quiera, a sugerir lo contrario… Había escuchado tantas veces esa historia que incluso, ahora, en la más absoluta soledad y en una tierra totalmente desconocida para él, se veía como el lobo fuerte, inteligente y valeroso que todos esperaban que fuese.

¿Tener solo tres patas podía impedir que fuera un gran líder como lo era su padre? -No- se decía a sí mismo. No podía creer que su apariencia fuera más importante, para los suyos, que sus actos. Había crecido bajo el constante cuchicheo de aquellos con los que convivía, y daba igual las pruebas que superase, aquellos solo veían un “trípode” del que burlarse.

Sin darse cuenta, tras varios meses de marcha, había llegado a su destino. Sabina le estaba esperando en el rellano de su casa, una cueva escondida entre altas montañas. Aquella mujer representaba su futuro, un futuro incierto, que dependía, únicamente, de que aquel extraño experimento saliera bien.

Sabina una ingeniera adelantada a su tiempo y, siempre, excluida, había tenido una vida solitaria entre la multitud. Pero había conseguido crear una máquina que convertía en real lo imaginario. Su sociedad la rechazó de inmediato y su condena fue el destierro, vivir apartada. Era demasiado peligrosa para algunos; una mujer con un arma tan poderosa rompería los clichés establecidos y había demasiados intereses en juego. Sin embargo, su historia se convirtió en una especie de leyenda urbana, conocida en todo el mundo.

Auyak supo de ella en una de sus aventuras por la ciudad, cuando escuchó a dos adolescentes en un parque:

– Si esa tal Sabina estuviera por aquí, haría que mi cuerpo fuese como el de las chicas de las revistas. Así, Víctor se fijaría en mí como algo más que una amiga.

– A mí me cambiaría los rasgos del rostro, y nunca más sería la extranjera…

Sin dudarlo, se encaminó a su encuentro. No tenía nada que perder.

Tras varios minutos metiendo datos en su máquina, Sabina colocó al lobo en la plataforma y un fogonazo después, Auyak veía lo inexistente, una pata delantera izquierda que en realidad no estaba ahí, porque ni siquiera la sentía. Pero…¿qué importaba?, si él y Sabina la veían, ¡el resto también!

Auyak, con todas sus fuerzas renovadas, decidió regresar con su manada, que al verlo, como hipnotizados, no dudaron en rendirle pleitesía y convertirlo en su líder. Parecía que la pata, imaginaria, le había devuelto, a ojos del resto, sus altas capacidades.

Pero no iba solo, la joven lo acompañaba, no había querido perder detalle del resultado final. Una decisión que tuvo su recompensa: la soledad desapareció en aras de la compañía permanente de aquella manada y de la amistad inquebrantable con aquel lobo que, sin querer, había conseguido llenar todo su mundo.

Ella nunca había tratado con animales, pero, al ver a aquel imponente lobo, supo, de inmediato, que era su momento, la gran oportunidad de demostrarse a sí misma que no era tan difícil desesteriotipar el mundo. ¡Un lobo, siempre será un lobo, tenga las patas que tenga!

El reino animal parecía funcionar como su propio mundo, prejuzgando las carencias e ignorando las valías. Solo era necesario romper esas estúpidas creencias arraigadas en lo más profundo de cada ser, para que lo bueno se superpusiese a lo menos bueno, que, sin embargo, resaltaba mucho más.

Ya poco le importaba que nadie supiese de su hazaña. Algún día, la sociedad, preparada para el cambio, conseguiría romper sus barreras sin artefactos.

FIN

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