Cuento:»Alarín y las arañas del jardín»

Autor: Consuelo Conde Martel

Ilustración: Paula Plaza Moreno

Ilustración Paula Plaza Moreno

A Aralín le encantaba tumbarse en el jardín de su casa y contemplar todo lo que acontecía en el diminuto mundo que alcanzaba su vista. Así desfilaban las disciplinadas filas de hormigas, escuchaba el crujir de las hojas que se zampaban las orugas o el estrépito del inesperado salto del saltamontes. De cuando en cuando aparecían las visitas de las libélulas o de algún abejorro voluminoso con zumbido parcimonioso. Pero lo que más le gustaba era el momento de regar las plantas, tarea en la que ponía especial empeño, pues si regaba de cualquier manera sabía que podía ocasionar auténticos desastres en el mundo diminuto. Qué frescor desprendía entonces la hierba, que resplandecientes las hojas y como, por arte de magia, las telarañas se vestían de diamantes bajo los rayos del sol. Esos momentos eran muy tan dichosos para ella como para las arañas, que ufanas exhibían su gran trabajo ante el gremio de tejedoras. Aralín, sabía de las rencillas entre ellas, pero siempre se mostraba como si no supiera nada y a todas ayudaba por igual. Como cuando, después de un duro día de trabajo, una rama estropeara la red, ella con sumo cuidado la apartaba o cuidaba de minimizar estos desastres. Las arañas lo sabían, y le estaban muy agradecidas de cuando alguna pequeña tejedora se metía en la casa o caía a la fuente, porque ella siempre las devolvía a su tela.

Pero todo esto se trastocó, cuando la máquina excavadora entró al jardín para llevarse lo que quedaba de un viejo roble, un tronco hueco de no mucha altura, que aunque refugio del mundo diminuto, la familia decidió quitarlo porque simplemente estorbaba.

Figúrense, qué horror todo esa perturbación en aquel jardín. Aralín sin pensarlo se lanzó a salvar a sus amigas del tronco. Así que trepó como una ardilla y cuando llegó arriba comprobó que allí comenzaba un enorme agujero que se perdía en la profundidad bajo tierra, con tan mala suerte que perdió el equilibrio y allí se precipitó. Fue cayendo de forma brusca, pero pronto notó que algo pegajoso detenía su caída que se fue ralentizando, poco a poco mientras contemplaba las más maravillosas telarañas jamás tejidas por araña alguna. Estas formaban encajes luminosos de siete colores que brillaban por sí solas en la oscuridad. De repente Aralín ya no tuvo miedo porque comprendió que sus amigas le estaban salvando la vida de la forma más hermosa que sus amigas sabían.

Claro que todo esto tiene una explicación: en el barrio se cuenta que de pequeña en la cuna una araña peluda cruzó por su frente mientras dormía, desde entonces sus destinos van unidos y por eso la llamaron Araña Linda, Aralín.

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