Cuento: Berta y el gato «Pirata»

Autora: Martina Elisa Isabel Lorenzo Hernández

Ilustración: Paula Plaza Moreno

A todos los gatos que han dejado huellas en mi corazón.

“Dicen que los gatos son animales mágicos, capaces de curar cualquier dolencia, y no solo hablamos de dolencias físicas sino de las más difíciles de curar, las del alma…”

Berta era una niña preciosa y muy deseada que vino a colmar la felicidad de sus padres. Tenía un hermano cuatro años mayor, Nicolás.

Berta creció como una niña feliz, hasta que una tarde de invierno, cuando tenía seis años su vida cambió. Nicolás, estaba jugando con una escopeta de balines, regalo de su padre, y sin querer se le disparó, con tan mala suerte que el balín impactó en el ojo izquierdo de su hermana. Berta apenas tiene recuerdos de ese día, solo un golpe seco en su ojo, los gritos de su madre, carreras y luego…la oscuridad…

Y así fue como perdió su ojo y comenzó a usar un parche que le hizo su madre. Para ella no supuso un gran problema, para los demás, en cambio, sí. Berta aprendió a ver la vida a medias.

Su hermano Nicolás nunca la volvió a mirar igual, la culpa se lo impedía. Sus amigas del colegio la fueron dejando de lado porque en el fondo le tenían miedo, se imaginaban que bajo aquel parche había un agujero horrible. Y sus padres sentían lástima por ella, Berta lo notaba en la forma en que la miraban.

Y así creció… Cuando tenía 15 años, una tarde de regreso a su casa sintió que alguien la seguía, cuando se giró vio que una gata de color pardo y ojos verdosos iba tras ella. Si ella se paraba, la gata también. La notó cansada y hambrienta, así que decidió cogerla en brazos para llevarla a su casa. La gata no opuso resistencia y cuando la tuvo entre sus brazos se dio cuenta de que estaba preñada.

Una vez en casa, le preparó un enorme tazón de leche, la gata se lo bebió todo y cuando terminó miró directamente a Berta a los ojos y pareció darle las gracias entornando los suyos.

A Berta aquella mirada la enterneció, ya que era raro que alguien la mirara directamente a los ojos. Estaba tan cansada de las miradas esquivas de la gente.

La gata se quedó, siempre estaba con Berta, la seguía a todas partes, dormía a sus pies. Berta se sentía feliz, acompañada, una sensación casi olvidada.

Un par de semanas después la gata parió cuatro gatitos: uno grisáceo, uno blanco y negro, uno atigrado y el último muy parecido a su madre, pardo, pero con rayas. Los gatitos eran adorables, y aunque los padres de Berta le dijeron que tendría que regalarlos, ya que eran muchos animales en casa, ella no les hizo caso, esos gatos formaban parte de su familia. Eran los únicos que la miraban a la cara sin sentir culpa, miedo, lástima…

Un día, el gatito pardo tuvo un pequeño accidente, cayó de un muro y se clavó un hierro en uno de sus ojos. Al igual que su dueña, perdió el ojo izquierdo. Berta lo cuidó, lo mimó, incluso le hizo un parche como el suyo.

Aunque todos los gatos la adoraban, ella sentía una conexión especial con el gato tuerto, al que llamó Pirata. Y el gato con ella. Nunca se separaban.

Berta no se cansaba nunca de observar como Pirata, a pesar de tener un solo ojo, era aceptado por sus hermanos y su madre como lo que era, un gato más. Y ahí se dio cuenta de los especiales que son los animales en general, y los gatos en particular, tan diferentes de los seres humanos.

Gracias a Pirata, Berta decidió mirar de frente a la vida, con un ojo solo, el que tenía, y eso fue lo que intentó que comprendieran los demás. Habló con su hermano, le explicó que no debía sentirse culpable, ella no lo había perdonado, porque sencillamente no había nada que perdonar. Habló con sus padres, les pidió que la volviesen a mirar como antes del accidente, igual que su gata miraba a su hijo.

Intentó conocer gente nueva que viera más allá de su parche.

Y así, poco a poco, los demás empezaron a ver a Berta como realmente era, una mujer “capaz” a pesar de su pequeña discapacidad.

FIN

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