Cuento : Ana y las ranas

Autora: Martina Elisa Isabel Lorenzo Hernández.

Ilustración: Paula Plaza Moreno

Ilustración realizada por Paula Plaza Moreno, Ana y las ranas.
Ana y las rasnas

Ana siempre fue una niña solitaria. Era huérfana de madre, y su padre, que era el leñador del pueblo, se pasaba el día trabajando y cuando estaba en casa tampoco es que fuese un hombre muy hablador.

 Vivían en una casita muy pequeña en medio del bosque. La niña ocupaba sus días en dar largos paseos por los alrededores de su casa. Su padre siempre le advertía que no se alejara demasiado, ya que el bosque era demasiado frondoso y se podía perder. Pero un día Ana se alejó más que costumbre y se perdió. Estaba tan cansada de dar vueltas, que se sentó debajo de un árbol cerca de una charca y allí se quedó profundamente dormida. Al despertar vio que a su lado había dos ranas que la observaban fijamente. Al principio, se asustó, ya que las ranas siempre le habían parecido bichos repugnantes.

Una de las ranas se le acercó y con una voz muy dulce le preguntó: “¿Te ocurre algo?”. 

Ana no podía creer que aquel animal baboso le estuviese hablando a ella, así que se pellizcó el brazo con fuerza para comprobar que estaba realmente despierta. La otra rana, que se había quedado un poco más atrás, le preguntó: “¿No sabes hablar?”. Ana asintió estupefacta. La rana que estaba más cerca de ella le preguntó: “¿Estás perdida?”. Ana volvió a asentir con la cabeza. 

La ranas cuchichearon algo entre ellas, y la que estaba más cerca le dijo: “No tengas miedo, si nos explicas dónde vives te ayudaremos a volver a casa”. Ana no se lo pensó dos veces, ya era algo tarde y si no regresaba a casa antes que su padre se iba a llevar una buena reprimenda. A lo demás, aquellas dos ranitas, eran muy simpáticas, y mirándolas bien, ya no le parecían tan repugnantes.

Ana les contó donde estaba su casa y emprendieron el camino. A mitad del recorrido las ranas estaban algo cansadas, así que Ana decidió llevarlas sobre su cabeza el resto del camino.

Durante el trayecto hablaron de muchas cosas, bueno en realidad Ana no paró de hablar, como nunca tenía a nadie a quien contarle sus cosas, aprovechó y habló y habló…

Al llegar a su casa, Ana invitó a las ranas a merendar y a descansar un rato antes de emprender el camino de vuelta hasta su charca.

Las ranas prometieron volver a visitar a la niña para que se sintiese un poco menos sola y así comenzó una gran amistad que duró muchos años.

FIN

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